No soy muy ferviente seguidor de la Semana Santa, «capillita» como decimos aquí, pero como costumbre popular de mi tierra y de mi barrio, a cuya hermandad Santa Genoveva pertenecí prácticamente desde mi nacimiento hasta ya bastante mayor llegando a salir como nazareno en el último tramo de Cristo, respeto y admiro la dedicación, cariño y esfuerzo que ponen las hermandades en la preparación de lo que no solo para ellas es su día grande, sino para sus respectivos barrios, afines y todo aquel natural o extranjero que se acerca a deleitarse con el espectáculo para los sentidos que ofrecen las mismas en esta celebración.
Debido a un periodo de varios años en los que estuve alejado de la ciudad y otras circunstancias que no vienen al caso, a la vuelta decidí seguir disfrutando de mi hermandad esta vez desde fuera, en varias ocasiones fotografiando aspectos de ese día que debido a los temas que me interesan se han centrado en el ambiente, la gente y la idiosincracia que se respira en el barrio y la hermandad cada Lunes Santo.
Esta Semana Santa particularmente pasada por agua, me ha recordado unas fotos de 2016 que he decidido desempolvar para la ocasión. La crónica podría rezar algo así:
Amanece el Lunes Santo después de una noche y parte de la mañana de lluvia constante. Los primeros nazarenos de Santa Genoveva se dejan ver por las calles del Tiro de Línea muchos de ellos descalzos y con los pies empapados por el agua acumulada en las aceras. Los más pequeños, los primeros en salir, se dirigen prestos con sus padres hacia la parroquia no sin antes hacer la obligatoria parada en el camino para saludar a sus abuelos, familiares y vecinos en un día tan importante para todos.
Los bares, quioscos y ambigús sacados a la calle para la ocasión, sirven de refugio para los músicos que afinan y secan en sus instrumentos las últimas gotas de lluvia. Los costaleros se preparan, ayudándose entre ellos a ajustar fajas y costales, para la tarea de impulsar al cielo las imágenes y guiarlas al son de la música en el largo e intrincado camino de calles que tienen por delante.
Todas las miradas se dirigen al cielo, a las nubes.
Llegada la hora todos están ya donde tienen que estar, junto al templo, pero la salida de la hermandad a expensas de la meteorología está aún por decidirse. La casa hermandad, calles y locales aledaños son un hervidero de personas donde conviven instrumentos, varas y capirotes entre charlas, risas nerviosas y caras de circunstancia. El resto del barrio se ha imbuido ya del ambiente que le es propio en este día, y en las calles por las que discurre la procesión, se agolpan los vecinos junto a la gente que ha venido a presenciar el paso de la cofradía.
Los móviles echan humo en busca de noticias, pues el reloj apremia y todos saben que si se pasa de cierta hora por mucho que la predicción climática sea favorable, no les dará tiempo a cumplir con los tiempos que rigen la estación de penitencia.
Iluminados por los primeros rayos de sol que se abren paso entre las nubes, un grupo de jóvenes músicos se agolpan intentando escuchar entorno a un pequeño transistor; el locutor comunica la decisión de Santa Genoveva y, casi al unísono, como un eco cada vez más alto, resuena un grito en todos los corrillos, calles y rincones que repite lo mismo; ¡¡Salimos!! ¡¡Salimos!!
Todos se preparan y corren apresurados a ocupar sus puestos mientras por fin suena la música y la cruz de guía, que aguardaba formada en la iglesia, pisa ya la calle. Las gotas de lluvia se cambian por lagrimas de alegría y a través de los agujeros de los antifaces se adivina una sonrisa en los ojos de los nazarenos.
Los niños no paran ahora de pedir y dar caramelos.
Pero el entusiasmo no dura mucho. Aunque Jesús Cautivo ha recorrido Almirante Topete y girado en dirección a Felipe II, a la altura donde otrora estuviera el paso a nivel el tiempo cambia repentinamente, como suele suceder en esta nuestra Sevilla, y la lluvia que «es una maravilla» y empapa en segundos amenaza de nuevo con hacer acto de presencia.
Otra vez a tomar decisiones. Se ejecuta la más indeseada a la par que la más responsable, y el Cautivo en una estampa extraña, retorna a su parroquia en pleno día por el mismo camino de ida, su banda y su barrio trás de Él.
Desde donde estoy no llego a tener constancia si la Virgen de las Mercedes ha conseguido asomar siquiera su delicado rostro a la calle. Se ha intentado pero no ha podido ser, este año no, y toca esperar uno más.
Vayan estas fotografías y texto con cariño para la Hermandad de Santa Genoveva, que en este 2024 no ha tenido tan solo la oportunidad de poner un pie en la calle, El Tiro de Linea y sus vecinos, así como para todas aquellas hermandades y barrios que han vivido escenarios iguales o similares al relatado.